domingo, 13 de mayo de 2012

Ultramaratón..

Llevaba corriendo muchísimo tiempo, así que  era imposible no sufrir físicamente. Pero, en esos momentos, el cansancio había dejado de ser un problema grave. Tal vez, en mi interior, la extenuación ya se había integrado en la -por llamarla de algún  modo- "normalidad". Por su parte, esa asamblea revolucionaria de los músculos, que antes hervía, también parecía haberse resignado a la situación. Ya nadie golpeaba las mesas, nadie lanzaba los vaso. Sencillamente, había aceptado en silencio la extenuación cono una fatalidad, como un inevitable efecto de la revolución. Y yo me había transformado en una especia de autómata que no hacia mas que mover regularmente los brazos adelante y atrás e impulsar las piernas para avanzar paso a paso. Sin pensar nada. Sin creer nada. Sin apenas darme cuenta, incluso la sombra del sufrimiento físico se había desvanecido por completo. O bien, como ocurre con ese mueble horrible que, por alguna razón que sea, no podemos tirar, lo había arrinconado para situarlo fuera de mi vista.
Después de sumirme en una profunda extenuación, y después de aceptarla, parecía que hubiera puesto el piloto automático.
Lo encontraran extraño, pero, al final, prácticamente se había borrado de mi mente no solo el sufrimiento físico, sino incluso cosas como quién era yo o qué hacía en esos instantes. Sin duda era una sensación muy extraña, pero en esos momentos yo ya no era capaz siquiera de percibir hasta qué punto era extraña. El acto de correr se hallaba ya en un ámbito que rozaba casi lo metafísico. Primero estaba el acto de correr y luego, como algo inherente a el, mi existencia. Corro, luego existo. 
Y, en medio de todo aquello, experimente una sensación de serena e inmensa felicidad. Inspiraba y espiraba. No percibía alteración alguna en el sonido de mi respiración. El aire entraba serenamente en mi interior y volvía a salir. Mi silencioso corazón se contraía y se dilataba a un ritmo constante. Mis pulmones iban suministrando oxigeno nuevo a mi cuerpo con diligencia, como dos laboriosos fuelles. Todo funcionaba sin problemas. La gente apostada al borde del camino nos alentaba a grandes voces "Animo que ya falta poco". Esas voces pasaban a través de mi cuerpo como transparente viento. Y yo podía sentir como llegaban hasta el otro lado.
Yo era yo y no lo era. Esa era mi impresión. Una sensación muy apacible y silenciosa.

De qué  hablo cuando hablo de correr. Haruki Murakami.

No hay comentarios: