miércoles, 10 de octubre de 2012

lunes, 8 de octubre de 2012

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                                                                   Seré un quedado pero acá me quedo
                                                                   Y no intenten alterar mi estado
                                                                   porque no voy a mover ni un dedo.





Un jovial señor de la calle Iturbide dijo enardecido:
"Dicen que dicen.
Hacen que hacen."
La gente que lo vio debió pensar que iba a explotar, por el rasgo rojizo de su cara al escupir estas palabras. Pero Alberto enseguida se calmó y volvió a entrar a su casa, para suerte suya y de los vecinos, eran apenas la cinco de la mañana y no había nadie en la calle, así que paso por inadvertido. Preparó su caja de pesca y la caña. Luego de controlar unas tres o cuatro veces si no faltaba nada, volvió a salir de su casa, ya eran cerca de las seis y el sol se asomaba. Caminando por el lado soleado de la calle se fue hacia el río.
Alberto no era tan jovial como él creía, tenía apenas cincuenta y tantos años, le daba temor decirlo, todavía seguía con su firme convicción de no pensar en el futuro, pero el tiempo había pasado. Muchos dicen que había perdido su tiempo, lo malgasto o no aprovechó todo lo que podía dar de si. Así llegó el momento que Alberto se cansó de tratar de convencer a esa gente que se creía normal por seguir los estatutos de una sociedad enfermiza que pedía a gritos un cambio. A tal punto que ya nada le gustaba, poco a poco se convirtió en un ermitaño. Se fue alejando de la sociedad disfrutando de la simpleza de las pequeñas cosas, como levantarse temprano a pescar y que el sol te de en la cara, así se está bien decía. El sabía donde estaba, donde iba, pero reconocía lo débil que era, es mejor no insistir en volver a vivir en lugares en donde uno ha sido feliz. 
Llegaba hasta el puerto, tiraba su caña y se sentaba a esperar. Esperar, eso a lo que tanto le teme la gente, ya no se pueden permitir ni esperar en un mundo donde todo va a mil por hora. El leyendo un libro, se podía pasar todo el día al sol esperando.
Alberto nunca se había casado, tuvo muchos romances y un amor, que mas se podía pedir pensaba; ¿Qué alguno resulte bien? No, amar la trama no el desenlace decía como justificándose y seguía adelante.
A sus cincuenta y tantos años uno puede permitirse alejarse de todo, ya había permanecido bastante en un lugar donde no era el suyo, donde no se sentía a gusto. 
Hoy estaba un poco mas irritado que de costumbre, la soledad, aunque se elija, a veces suele ser dura, él lo sabia.
Se paró y gritó:
"La verdad es que no hay una verdad.
Lo barato sale caro."
Y un pibe que pasaba en un lanchón lo escuchó y le gritó: Viejo locooooo!
Se enojó mas por que le dijo viejo que loco, en el fondo sabía que verdaderamente era un loco, pero era feliz así, ya no renegaba de eso. ¿Acaso no estamos todos locos?
Ese día algo mas iba a pasar, en momentos donde uno se siente peor, hay que saber tirar el ancla y esperar, nunca es malo esperar y de eso Alberto sabía mucho.
Mientras esperaba, renegaba pensando que cada vez le irritaba mas la gente. Nunca había encontrado su lugar.
De tanto esperar con su caña, se durmió. Cuando despertó, notó algo extraño, ya no se sentía tan jovial, llevo sus manos a la cara y un escalofrío recorrió todo su cuerpo, había vuelto a su aspecto físico de cuando tenía veinte años. Primero tuvo miedo, luego pensó lo maravilloso que es tener el cuerpo de veinte pero la mentalidad de cincueta y tantos, toda esa experiencia, al fin podría aprovecharla. Antes pensaba para que le servía dicha experiencia si a esta edad ya no tenia ganas de casi nada. 
Pronto noto que algo sonaba, era su celular, hace tiempo que casi ni lo usaba. Al abrirlo y ver que tenía un mensaje de uno de sus romances, precisamente de sus veinte y tantos años le borró un poco la sonrisa. Algo mas extraño había pasado. Acaso viajó en el tiempo, pero su cuerpo también retrocedió. Donde estaría el verdadero yo de esta época. Enseguida revisó la fecha en todos los lugares posibles, pero estaba en el presente. ¿Era un sueño? Tampoco, demasiado real. A todo esto todavía no se había animado a leer dicho mensaje, dejo de lados tantas conjeturas y procedió a su lectura. Decía:
"Ey nene, nos vemos esta noche?"
Se quedó aun mas desconcertado. Ya no era mas un nene y, ¿Vernos ésta noche? Hace veinte años que no nos vemos. Algo raro definitivamente estaba pasando. Aún perdido entre tantas conjeturas, decidió contestarle y ver que seguía. Después de tanto algo había aprendido, dejarse llevar y estar atento a cualquier cosa, la vida es una sorpresa de la cual no sabemos casi nada. 
Le contesto que si, pasaría por su casa esta noche. Ni le pregunto dónde vivía, decidió probar suerte yendo a esa casa que  había frecuentado tantos años atrás. 
Cuando se dio cuenta el sol estaba por caer, debía apurarse, ya ni sabía como arreglarse a los veinte años. Se cambió, no quiso enroscarse mas pensando que carajo estaba pasando, cosa que una persona normal se estaría volviendo loca en la misma situación. Se olvido de todo y continuo.
Llegó a la casa, toco timbre, cuando se abrió la puerta, ella estaba tan radiante como la recordaba. La saludó con total naturalidad y entraron. Se sentía un niño de nuevo al ver que era todo tan raramente real, ambos tenían veinte años. Entonces se dijo, porqué no disfrutar un poco de esta juventud, así pasó la mejor noche de su vida. No pudó evitar que la chica note su experiencia en ciertas cosas, con el cuerpo de veinte y la experiencia de cincuenta se pueden hacer muchas cosas. La chica debería haber pensado como había aprendido tanto en tan solo días sin verla, había madurado tanto y tan de golpe, en fin, pasaron una noche excepcional y no hubo reproche alguno. 
Por miedo a lo que sucediera luego, Alberto decidió volver a dormir a su casa. Llegó tan contento, se sentía tan joven que no quiso pensar mas nada sobre que estaba pasando, solo lo acepto. Sumiso en tanta tranquilidad se quedó dormido. 
Al otro día cuando se levantó, notó para su temor que todo era como antes, seguía siendo un viejo choto. Pero ese recuerdo, ese reencuentro con aquella persona, seguía tan vivo en él, había tanta perfección, así tienen que ser los reencuentros con personas queridas, un retrato de sus mejores momentos. 
La misma tranquilidad con la que se durmió lo abordó de nuevo, su alma tenía esa chispa que desde hace años estaba extinta, o eso pensaba. Alberto, a pesar de todo, siguió siendo un ermitaño, pero algo en el había cambiado, ya no se irritaba tanto, una paz verdadera lo acompañaba.
Con respecto a lo que le sucedió, no quisó romperse la cabeza tratando de descifrar tal misterio, solamente lo tomó como un regalo de la vida, después de tantos golpes.