jueves, 31 de diciembre de 2009

Nunca dejes de abrirte
no dejes de reirte
no te cubras de soledad
y si el miedo te derrumba
si tu luna no alumbra
si tu cuerpo no da más
no te dejes desanimar
basta ya de llorar
para un poco tu mente y ven acá
Estás harto de ver los diarios
estás harto de los horarios
estás harto de estar en tu lugar,
ya no escuchas el canto de los mares
ya no sueñas con lindos lugares
para descansar una eternidad
No te dejes desanimar
no te dejes matar
quedan tantas mañanas por andar.

lunes, 21 de diciembre de 2009

El viejo alquimista

Salí a correr, como todos los días, para despejar un poco la mente, disfrutar del paisaje de la bella Rosario, acompañado de buena música para mis oídos. De paso hacer ejercicios no viene nada mal, desintoxicar al cuerpo de todas las porquerías que le metemos a diario, no esta nada mal.

Hago el mismo recorrido de siempre por el centro de la ciudad hasta llegar a la zona que costea el río, mi circuito elegido, por decirlo así.

Una vez en el lugar que normalmente empiezo a correr, me preparo y salgo; voy corriendo, disfrutando, descargándome, y es inevitable pasar por todos esos lugares llenos de gente, más ahora en verano, que el lugar es hermoso para ir a tomar mates, o simplemente salir al sol. Así uno va viendo gente, gente normal, gente extraña, gente interesante, hasta gente desagradable.

Justamente lo que hoy me pasó al llegar al denominado “Parque de las colectividades”, antes de llegar a Bv. Oroño, donde están esos silos enormes de colores. Veo a un viejito, sí, tenía hasta el aspecto de “un viejito” y todo, que me llamó mucho la atención, iba caminando, misteriosamente, como si guardara algún secreto, o como si algo le pasara.

Cabe aclarar que en esa zona cercana al río, hay peligro de desbarranque, entonces unos metros antes hay unas vallas para que la gente no pase, pero obviamente, todo el mundo pasa, y disfruta de esa zona, muy cerca del río.

Este viejito en cuestión iba para esa zona. Me llamó tanto la atención que tuve que parar y mirar hacia donde se dirigía, lo ví, perdiéndose entre los árboles, ya no lograba divisarlo, y era tanta mi intriga, que decidí cruzar la valla y seguirlo, era una zona que nunca había ido, había recorrido otros lugares así, pero ese precisamente no. Voy bajando, acercándome cada vez mas al río, pero sigiloso, por miedo, o solamente por evitar una situación incomoda al ver que el viejito note que lo estoy siguiendo, así que fui despacito. En un momento logro verlo, metiéndose en una especie de casa formada de escombros, que fueron quedando por el derrumbe de muelles que había en esas zonas, entonces quedan como ruinas; la cuestión es que el viejito se perdió en una de ellas.

Tras pensarlo y meditarlo tanto tiempo, no soy una persona muy atrevida, pero era demasiada la intriga que me causaba, que decidí entrar al lugar, dispuesto a encontrarme cara a cara con el viejito, o vaya a saber con que otra cosa, podría ser cualquier cosa, algo espeluznante, mas gente, algo misterioso, algo que cambiaria mi vida, eso último creo que fue el empujón que me llevo a entrar, eso es lo que le esta faltando a mi vida, un cambio, pensé, y entre sin dudarlo mas.

Adentro era más grande de lo que imaginaba, tenía varias habitaciones, pasillos. Quede deslumbrado, era bastante agradable, por ser un lugar en ruinas, todo mohoso, y lleno de suciedad. Empecé a recorrerlo, manteniendo el paso lento, investigando las cosas que había.

Entro en una habitación, muy extraña, parecía un laboratorio, pero de esos viejos, típico de un alquimista, me hizo acordar aquella tarde en “La isla de los inventos” donde hay un juego que es un laboratorio de alquimia, y te dejan fantasear y crear algún elixir, lo que más desees. El lugar era tal cual era esa sala que recordaba, había polvos, una cacerola enorme, un gran mortero de bronce. La sala era toda oscura, llena de libros, muy viejos, de antaño diría, llenos de polvo, que los avejentaban aun mas.

Estaba tan maravillado viendo todo el lugar, hojeando los libros, que no vi entrar al viejito. Entro y me miró, no sorprendido, su mirada tenía algo, como si sabía que yo iba a estar ahí, o como si lo hubiese buscado; como si me hubiese guiado a este lugar adrede. No dijo nada durante unos segundos, yo tampoco pude decir nada.

Al rato me saludo, me dijo: Hola, me llamo Carlos, y yo le contesté: Hola, soy Juan, disculpe haberme metido así a este lugar, no pude evitarlo, usted me llamo mucho la atención, y perdóneme, pero tuve que seguirle, y termine aquí, maravillado por el lugar. Carlos contesto: ¿Es maravilloso, no? Yo solamente pude asentir su pregunta.

No habló mucho mas, solo se paro frente a un mueble parecido a un mostrador, pero que no lo era, donde ahí tenía todas sus cosas. Me seguía recordando mucho a ese lugar en La isla de los inventos, nada más que eso era un juego, lo sabia, pero esto, ¿Qué era?, ¿Qué podría ser?

Al tiempo, Carlos volvió a hablar y me dijo: Tengo algo para vos, sabía que ibas a venir. Solo dijo eso y me dio un frasco, con un líquido adentro, de un color muy extraño, que no podría describirlo, era como un camaleón, era del color que uno quisiese verlo. Lo acepte, y le pregunte: ¿Qué es? Carlos, tomándose su tiempo, me respondió: Es un elixir para borrar recuerdos, pero hay que tener mucho cuidado, porque uno tiene que tener bien claro que recuerdos borrar para que el elixir lo haga bien, sino podría ser desastroso y además no se sabe en cuento tiempo hará efecto el elixir; depende mucho de cada persona.

Después de esas palabras quedé sorprendido, en mi cabeza pensaba que era una broma, pero en mi interior sentía un escalofrío, porque podía ser verdad. Millones de cosas pensé en ese momento, el viejo estaría loco. Aún peor el loco sería yo, y ésto es solo una alucinación, o quizás estoy dormido, es un sueño.

Pero no, todo estaba pasando, el viejo parecía muy real, y confiado de lo que podía ser. Igual yo, no tan confiado como él, decidí hacerle mas preguntas, estuve horas hablando con él, me contó de todo y a la vez de nada.

Cuando salí de ese lugar ya era de noche. Volví corriendo a casa de la adrenalina que tenía, esta vez sin música, mi cabeza estaba en otra.

Mientras corría pensaba, el viejito resulto ser un alquimista, de esos viejos, vaya a saber cuantos años tenía, cuantas vidas habrá vivido. Fue tan mágico todo, que decidí no contárselo a nadie, nadie me creería además, pero tenia el elixir, y era mío, y eso era lo que importaba.

Llegue a casa, estaba solo, agarre el elixir y pensando; yo que soy alguien que está atrapado en el medio de un recuerdo, me vendría tan bien. Pero también recordé los efectos adversos, el funcionamiento real del elixir. Yo sabia bien que recuerdos olvidar, pero cómo lo iba a saber el elixir, cómo hacérselo saber. Además seguía pensando, y si no funciona o si tarda tanto en funcionar.

A pesar de todas las conjeturas, que solo eran eso, decidí mejor guardarlo, pero guardarlo en algún lugar donde no me tiente a probarlo.

Antes tuve una idea, puse unas pequeñas gotas del elixir en una tapa de cerveza, y procedí a esconderlo, una vez escondido, me tome esas gotas.

Pasaron los días, no sé si eran días o semanas, no sé si funciono, pero no recuerdo donde lo escondí.